23 ene 2019

La primera nevada

Ayer nevó. Cayó una gran nevada. No como para dejarnos incomunicados pero sí para que yo viviera un momento de estrés añadido a mi estrés habitual.

Os pongo en situación: Ayer era martes. Los martes doy clase de español en el colegio de Isabelilla. Termino a las 14.00.
Y Jaime estaba malo. Tenía dolor agudo de la tripa. No bebe agua. Sus caquitas son eso, caquitas de conejo. Y de pronto le dolió mucho la tripa. No fue al colegio.
Y Álvaro padre se iba de viaje. Alvarillo corría el riesgo de quedarse tirado en el colegio.

Después de hacer todo lo que tocaba, no sin algo de prisa para evitar la tormenta de nieve, cuando llegué a casa, la nieve ya cubría todo. Y la estampa era preciosa.

No es que yo sea una apasionada de la nieve. Qué va! Soy de las que me gusta pero de las que a la vez piensa en que me toca sacar guantes, botas, gorros y bufandas de niños y mayores y que con la mudanza... Ni idea.

 Pienso en que todo se va a poner sucio y asqueroso porque la nieve aunque la veamos blanca e impoluta, se queda marrón y hasta negra cuando se pisa mucho. Además pienso en las caídas... No tengo el tobillo para bromas, que arrastro un mini esguince desde hace meses. Y pienso que vivo en Alemania, un país en el que cada uno se limpia lo suyo y se ocupa de  echar la sal, retirar la nieve y esas cosas del Winterdienst que a mi me vuelven loca, porque la verdad, si el cartero ( que es el único que nos visita) se resbala y se hace algo, nos puede denunciar con todo el derecho. Y aquí lo hacen.

Y mientras yo pienso todo eso el resto lo pasa pipa. Es más, se acuestan rezando para que nieve más  y yo me acuesto pensando en que quiero que deje de nevar. 


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