16 sept 2013

Puerto Velero

Lo cierto es que llevo días sin escribir en ningún lado, así que no os he abandonado por styleinbarranquilla, no, he abandonado ambos. Temporalmente. 
Falta de inspiración, falta de tiempo, falta de planes distintos. 
Si en Madrid subíamos casi todos los fines de semana a Robledo, en Barranquilla nuestro Robledo se llama Puerto Velero.
Como todo aquí en Colombia hay dos versiones, la cara, que cuenta con una cabañas ultramodernas y un restaurante de súper lujo, y la económica, con chocitas y restaurante en el que la comida sabe bien. No se mira, no se investiga, sólo se come. 

A Puerto Velero  hemos ido a la versión lujo con mis padres, y a la económica con la tía Cris. Sea donde sea, los niños lo pasan de vicio. Y ahora que no hay viento y su padre los lleva en la tabla de padel surf, se lo pasan mejor. 

A mi, la verdad, la playa no me entusiasma. Pero ni aquí, ni en Costa Ballena, ni en Canyamel, ni en Barú, ni en el confín del mundo. Seré lo que sea, pero a mi me estresa. Que sí los niños se pueden ahogar, que si los hilos de las cometas les pueden cortar el cuello, que si se acerca un perro pulgoso, que si ahora se pelean por un castillo de arena, que si no entro al agua- me da miedo, lo reconozco, el mar me bloquea-, que si me toca entrar para recoger a los niños o darles instrucciones...
En cambio Álvaro padre es como un pez. A él le flipa el mar. Con o sin viento su plan es ir a la playa. Y los niños... Los niños son pececillos. Les encanta. Pero toca estar pendiente de ellos porque en un segundo puede ocurrir una desgracia y la verdad, si pasa a mi me da algo. Claro que es como todo. 
Cuando uno se levanta el sábado y dice, "niños, nos vamos a la playa" las quejas se multiplican, empiezan las pataletas, los llantos y mis gritos "papá quiere ir a la playa y yo me voy con él, el que no quiera se queda sólo en casa y punto", no falla. En media hora están listos y al final del día muertos de agotamiento con sobredosis de haberlo pasado genial.

Yo soy de esas madres dejadas. Antes iba a la playa rodeada de cubos, palas, moldes de tortugas, de estrellas de mar... Ahora paso. Les compre un juego y se dañó en el minuto dos. Así que juegan con lo que hay por ahí. Un vaso de plástico para hacer Torres de castillos, pero también hacen helados, y también comiditas. Los pies los usan no sólo para correr y nadar, también para hacer agujeros y miden el tiempo, cuando esta Max, para ver quien hace el agujero más grande y más rápido, siempre gana Max. Los palitos que encontramos en la orilla se usan para jugar y escribir palabras o escribir números, la tabla de padel surf es un gran barco pirata que les lleva a lo hondo... No hay lugar para el aburrimiento supino. Y si se aburren, se cuelgan en las hamacas y se columpian, eso sí, alguno acaba de narices en el suelo.

Y yo, mientras jugamos, soy feliz. 

Lo cierto es que el padel surf es divertido, sin olas claro, porque con olas ya son palabras mayores. Aunque reconozco que me tengo que envalentonar para subirme a la tabla y recorrer el mar remando, si miro al fondo, me empiezan a temblar las piernas y si veo un bicho acuático, quedo paralizada. Pero en general, esta bien. Te permite contemplar la Naturaleza y disfrutarla, en soledad, pensar y dar gracias por la creación, es perfecta. Y en esos momentos es en los que más me dio cuenta. Doy gracias y si, rezo como una loca para que no venga un pez o un tiburón a comerse un trozo de mi tabla, por mucho que me digan que no hay tiburones, yo soy de las que pienso que un tiburón caribeño se puede extraviar de su manada y llegar a nada a cualquier rincón, también a Puerto Velero, así que rezar no esta de más y que a mí que Dios me proteja.

Para los niños es un gran pasatiempo y para Álvaro padre una diversión más, nada comparado a surcar el viento con tu tabla de windsurf, claro, pero entretenido al fin y al cabo, eso sí, este plan es mucho más barato que cualquier otro que podamos hacer con niños, así que, casi todos los fines de semana, allá vamos. A Puerto Velero.










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