4 may 2013

Barú, la arena blanca, y el ferry

Teléfonos que suenan a las tres de la madrugada preguntando por el perrillo. Sueños que se interrumpen y el día amanece en Cartagena de Indias. Un desyuno rápido para los niños y alistarlos para ir a la playa.

Salimos tan rápido de de casa que se nos olvidó la comida de Max en casa.

Desayunamos en un Juan Valdés y pusimos rumbo a Pasacaballos, el pueblito de la costa que tiene los ferrys para ir a Barú, una gran Isla paradisíaca de arena blanca, agua cristalina, y miles de vendedores ambulantes que intentan venderte pulseras, collares, y figuras, nada útil y todo chimbo. El collar de plástico color coral, la pulsera azul de aguamarina... en fin, ¡qué os voy a contar!

Desde Juan Valdés, la cafetería fetén de Colombia, se tarda una hora hasta llegar a Pasacaballos. La llegada es normal, lo apoteósico es el ferry. Una plataforma de hierro, dirigida por una patera con motor que nada tiene que envidiar a las que llegan a las costas de Andalucía atestadas de centroafricanos. La diferencia es que aquí se cruza un río y creo que si algo pasara, al menos llegaríamos a la otra orilla a nado.

Las caras de mi padres, un poema.

Una vez al otro lado, en Barú, la cosa cambia, llegas a la playa de arena blanca que daña la vista y ves ese mar, de un color precioso, entre azul turquesa y azul cobalto, pasando por todos los tonos conocidos y nombrados de azul.
Para encontrar algo de tranquilidad hay que caminar un poco, pero poco.
Allí, una cabaña con tejado rosa y unas tumbonas te esperan hasta que decidas levantarte y dejar de contemplar las vistas. Mientras tanto, miles de Ruben Daríos, Manolos, Pepes y Santiagos, negros como el azabache, vienen en tu búsqueda para que negocies un buen precio por un puñado de pulseras.
Después de un almuerzo a base de arroz y pescado, generalmente Pargo, buenísmo, reposas un poco y vuelves a poner rumbo a tierra firme.
En el camino otra odisea te espera. Cruzar de nuevo el río en ferry, esperar la cola con los autobuses plagados de turistas- generalmente americanos- y no dejarte engañar por los que se encargan de este negocio. Por aquí, todo el mundo intenta engañarte. Claro que ya me conozco el cuento y nada como ponerse en "Modo histeria", para que te digan que no te preocupes de nada que no hay que pagar el viaje de vuelta. ( La primera vez que nos pasó, tuvimos que pagar de nuevo el pasaje)
Al final llegas sano y salvo, sabiendo que el ferry no ha perecido y pones rumbo al mega apartamento prestado para darte una buena ducha porque tienes arena hasta en el alma.
Aseados y oliendo a limpio, arrimas a un coche de caballos para dar, por la noche, un largo paseo mientras te explican curiosidades de la ciudad antigua.
Para terminar, una rica cena en la calle, en una de esas placitas de Cartagena que guardan el encanto de tiempos pasados.
¿Es o no es un plan deli?
Ea, pues ahorrad y venid, que os estamos esperando con los brazos abiertos.



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